Esta vez, debido a causas de fuerza mayor (léase final del torneo de clausura 2009 de la 1ª división del futbol mexicano) en vez de salir a algún bar de la ciudad de México, nos fuimos al Estadio Olímpico Universitario, qué por cierto se colocó la primera piedra el 7 de Agosto de 1950 y después de 2 años fué inaugurado el 20 de noviembre de 1952. En ese entonces, el presidente era Miguel Alemán y el rector de la Universidad Luis Garrido.
El estadio tiene todo su encanto, y ya con pasar por Insurgentes y ver ondear las banderas a mi se me pone la piel chinita, pero por supuesto, yo soy PUMA. La cita era a las 8 de la noche justo en las astas. Ahí no veríamos todos tomar nuestros boletos e ingresar al estadio, porque deben saber que, una vez que entras, es casi imposible encontrar a alguien, entre que las líneas del celular están saturadas y es un mundo de gente, si no logras ponerte de acuerdo desde antes se vuelve una verdadera travesía.
Desde que estaba en las astas esperando a la banda, empezó una ligera brisa que hizo que me diera cuenta que ir de jeans no era tan buena idea. Ya unos amigos nos esperaban adentro apartando lugares, y ya reunidos los que faltábamos y después de algunas instrucciones con las que se suponía íbamos a dar muy rápido con ellos, decidimos entrar al estadio, no sin antes la clásica “manoseada” en busca de cinturones, encendedores o cualquier tipo de objeto que nuestro cuerpo policial considere “de riesgo”.
Cómo ya les mencioné, las instrucciones eran claras: Entran por la puerta 5, y estamos a 4 filas antes del primer pasillo. ¡No había pierde! En realidad eran instrucciones claras y precisas. Empezamos a buscar la puerta 5 y para nuestra sorpresa y para beneficio de Morphy y su gran habilidad para encontrarle lo malo a las cosas, justo cuando estábamos llegando a la puerta 5 la cerraron y colocaron un letrero que decía “cupo lleno”. Pues ni modo, a caminar a la puerta 6 y al ver que todo mundo hacía lo mismo, decidimos que la estrategia era correr a la puerta 6. Ya por fin, una vez dentro del estadio estaba la primera travesía – encontrar a nuestros amigos -. Yo estaba casi segura que no lo íbamos a lograr, por afortunadamente, y ya con un poco de lluvia, llegamos a dónde estaban apartándonos lugares.
Para este momento la lluvia empezaba a arreciar, pero toda parecía algo leve y fácil de soportar. Ya en nuestros lugares la siguiente cosa importante era saber a qué hora empezaba la venta de alcohol, no es porque el alcohol sea algo importante en nuestra vidas, pero ir al estadio sin chela seguro no es vivir la “experiencia completa”. Apareció un letrero en la pizarra atrás de nosotros que daba el agradable anuncio de que la venta empezaba a las 8:30. Aquí venia la segunda encomienda del día: encontrar chelas.
Los “chelas chelas” pasaban y pasaban u nadie nos vendía cerveza, así que un señor que vendía frappes nos dijo que el nos la conseguía, así que se lanzó en la búsqueda de las chelas perdidas y logró conseguirnos nuestra primera ronda mientras nosotros cuidábamos su charolita de café. Por supuesto, con su respectiva alta propina.
Para este momento ya teníamos una lluvia torrencial encima. Por el pelo nos escurría un mar de agua, pero la emoción de estar en la final hacía que el frío fuera soportable.
Y de la nada, y ya con todo mundo dentro de la cancha, apagaron las luces del estadio y se dejó escuchar el himno universitario. No voy a mentir, pero cada vez que lo escucho y que después suena un Goya al unísono en todo el estadio, es como cargar las pilas, es una energía maravillosa, que aunque no sean fanático del fútbol o ese no sea tu equipo, seguro te inyecta de buena vibra. Algo pasa que el corazón empieza a palpitar mas rápido, se te enchina la piel y la euforia se empieza a apoderar de tu cuerpo.
El partido empezó y la lluvia empezó a disminuir ya casi al final del primer tiempo. Las chelas se terminaron mucho más rápido de lo que habíamos imaginado, así que sólo nos pudimos tomar una durante todo el partido. Ya que ningún “chelas chelas” se acercaba a nosotros y todos lo que llegaban ya tenían las chelas apartadas, decidí empezar la búsqueda de las chelas perdidas. Creo que es la primera vez que no lo logro. No quedaba ni una sola chela en la planta de abajo, y por mas vueltas que dimos, solo encontramos negativas frente a nosotros.
Una vez que la lluvia cesó y todos estábamos hechos una sopa, empezó un ligero viento que hizo que todos nos estremeciéramos de frío en nuestros lugares. No hay nada comparable con la sensación de euforia al combinar un frío que bajo otras condiciones sería insoportable y ver que tu equipo va ganando el encuentro.
El encuentro acabó con un gol a favor de lo PUMAS que al final le dio el campeonato. Todos los asistentes acabamos empapados pero felices, con las gargantas desgarradas de tanto gritar GOYAS.
En serio, no pueden perderse ésta experiencia. Después de muchos años sigo creyendo que lo que puedes vivir en un estadio, independientemente de tu pasión o falta de pasión por el fútbol, es algo que todos deberían experimentar, pero con la pasión sumada, eso es un éxtasis.